25 años de servicio sin publicidad: surgimiento, plenitud y decadencia de El Puente, proyecto alternativo de comunicación

Carlos Efrén Rangel

“Disculpen las molestias, esto es una revolución”. Con fusil al hombro, el subcomandante Marcos irrumpió en la vida nacional para advertir con ironía las inminentes transformaciones que tocaban a la puerta. El levantamiento zapatista tuvo numerosas consecuencias, la mayoría de manera indirecta. Tal es el caso del surgimiento de El Puente, un periódico que, sin vender publicidad, se ha escrito y distribuido durante 25 años en las 54 parroquias de la Diócesis de Ciudad Guzmán.

Entre el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y El Puente no existe ninguna relación directa, pero la rebelión indígena de enero de 1994 fue como el aleteo de una mariposa en un extremo del mundo, cuyo suave movimiento desencadenó sucesos que viajaron por tierra, mar y aire para que la vida de infinidad de seres a cientos de kilómetros nunca volviera a ser la misma.

La rebelión en Chiapas visibilizó a los indígenas mexicanos; en primera instancia el foco estuvo en las condiciones de olvido y discriminación que padecen, pero también en sus cosmovisiones, prácticas y religiosidad, en donde la solidaridad y el compartir son adobes con los que se construyen los pilares del mundo.

Los obispos de la Diócesis de San Cristóbal, Samuel Ruiz y Raúl Vera tuvieron oídos y ojos muy abiertos para percibir la voz indígena y para reproducir sus prácticas de poner en común el trabajo y la vida; con ese ánimo, el 27 de junio de 1996 emitieron una histórica misiva a don Serafín Vázquez, obispo de la Diócesis de Ciudad Guzmán: “Nuestra propuesta es: Que la Diócesis de Ciudad Guzmán establezca en la Diócesis de San Cristóbal de la Casas una misión y así, tengamos la oportunidad de compartir las distintas experiencias de Iglesia” (Ruiz & Vera, 1996).

Luego de un discernimiento la Diócesis de Ciudad Guzmán aceptó la misión en la Parroquia de Santa Catarina, en el municipio de Pantelhó, demarcación enclavada en los altos de Chiapas, con un alto nivel de pobreza en donde habitan tzotziles, tzeltales y mestizos.

El presbítero José Preciado fue un sacerdote de Ciudad Guzmán a quien se le encomendó la tarea de preparar la misión en Chiapas, y entre las necesidades que encontró, además de los requerimientos prácticos y los espirituales, fue comunicar las realidades sociales a las que se enfrentó el reto.

Por esas fechas apareció en la escena el sacerdote Luis Antonio Villalvazo Díaz, un joven que recién había regresado de Brasil, donde pasó una temporada estudiando la maestría en Comunicación Social en la Universidad de São Paulo. Integrado a la vida diocesana, de Luis Antonio se tenían dos certezas: el originario de Tapalpa tenía gusto por el periodismo y estudios recientes para darle orientación.

El padre José Preciado encabezó un equipo misionero de apoyo integrado por él mismo y por los sacerdotes Salvador Gómez, José Delgado, Lorenzo López y Ramón Maldonado. También por los presbíteros José Sánchez y Francisco Mejía, quienes se mantuvieron como colaboradores del periódico, y Luis Antonio Villalvazo, quien asumió la dirección del medio de comunicación y desde entonces vive con intensidad la tarea.

Pero volvamos a 1996. Los sacerdotes jaliscienses se prepararon para asumir el compromiso de la parroquia misión, y entre las necesidades que detectaron fue la de crear un medio de comunicación, originalmente dirigido a agentes de pastoral, para compartir información y reflexiones sobre la vida misionera, para poner en común las condiciones de vida de las comunidades indígenas, sobre todo después de la matanza de Acteal que ocurrió por esas fechas y para generar un intercambio de experiencias pastorales y culturales entre ambas diócesis.

El presbítero José Preciado tuvo la claridad de bautizar al medio de comunicación luego de visitar Pantelhó y reflexionar en su origen etimológico: “puente de agua”. Un puente del sur de Jalisco al sur de México, un puente entre la vida social y la fe. Ese es el origen de su nombre y su misión: ser El Puente.

Las mañanas de enero en Zapotlán son frías, incluso dentro de la Catedral. Para finalizar el primer mes de 1998 se celebró una misa con la que se despidió al presbítero Juan Manuel Hurtado, quien viajó a Chiapas para asumir la parroquia de Pantelhó. Ese día se repartió entre los asistentes la edición inaugural de El Puente: una hoja tamaño oficio, doblada en cuatro partes y de color verde. El encabezado muestra un primer logotipo formado por un puente de palos, endeble y curveado que esconde la puesta del sol. En la parte baja hay una declaración de principios: “Este boletín nace con la intención de ser un puente que propicie la comunicación e intensifique la conciencia misionera entre la diócesis de San Cristóbal de las Casas y de Ciudad Guzmán” (El Puente, 1998).

El boletín y la misión se nutrieron con el entusiasmo de sacerdotes y agentes de pastoral y, apenas se terminaron de repartir los escasos impresos, el equipo de trabajo pensó en dar el siguiente paso: hacer más ancho el puente de agua. Para el segundo número, publicado un mes después, se imprimieron ya ocho páginas, tamaño tabloide, organizadas en algunas secciones que han sobrevivido los 25 años del periódico: “Dichos y Hechos”, que es la sección de los reportajes; “Nuestras Parroquias”, que describe la historia, fiestas, problemáticas y proyectos pastorales de las comunidades parroquiales.

Con el paso del tiempo se consolidaron las prácticas que definieron el actuar del periódico. En los días del cambio de siglo se formó el Consejo Editorial, un órgano consultivo que se reúne mensualmente con dos tareas fundamentales: la primera es analizar la edición recién publicada, encontrando sus aciertos y también las oportunidades de mejorar, y la segunda, con un análisis colectivo para reconocer los temas que necesitan ser compartidos en las siguientes ediciones, hablar del mejor enfoque para abordar una situación y asumir responsabilidades.

Durante esos primeros años muy pocas personas tenían formación profesional en periodismo, pero sí tenían la certeza de que había que comunicar para servir, para generar reflexión, para animar la misión y hacer de la información un servicio a la evangelización.

Según expresó en entrevista Luis Antonio Villalvazo, otro momento significativo fue la llegada de profesores y estudiantes del ITESO:

Rigoberto Gallardo es un profesor e investigador del ITESO que para hacer algunos trabajos de investigación en el sur de Jalisco me pidió que lo recibiera en mi casa. Por las noches, luego de la jornada de trabajo, nos sentábamos a platicar, hasta que un día, me comentó sobre un puño de periódicos que tenía yo en el comedor, me preguntó sobre el proyecto de El Puente. Le expuse que una necesidad era contar con profesionales en el periodismo para darle mayor calidad al periódico. Él me dijo que conocía a alguien que nos podía ayudar.

Quien podía ayudar se llama Jorge Enrique Rocha Quintero, en ese entonces profesor del ITESO en varias asignaturas de la licenciatura en Ciencias de la Comunicación, en donde conoció al estudiante Juan Larrosa Fuentes; en ese momento ambos colaboraban en un periódico en Sayula.

Ante la invitación de Villalvazo a Rocha, los esfuerzos se concentraron en El Puente. Para estudiantes de Ciencias de la Comunicación se abrió un Proyecto de Aplicación Profesional, que fue una asignatura optativa para estudiar en los últimos semestres de la carrera: “Periodismo y Derechos Humanos en el Sur de Jalisco”; así pasaron decenas de estudiantes y numerosos maestros para hacer labores de investigación, producción de textos, diseño, fotografía, mientras aprendían a elaborar un medio de comunicación con un enfoque de periodismo de fondo y de promoción de la vida pastoral.

Cuando se cumplieron cien ediciones del periódico Jorge Enrique Rocha expuso lo que la experiencia significó para los procesos universitarios: “Es un espacio de formación real donde los estudiantes aportan sus conocimientos, aunque es más lo que aprenden. La mayoría de los estudiantes que pasan por El Puente se desarrollan en áreas de periodismo, los que no, siguen vinculados de alguna forma” (Molgado, 2010).

“Un momento que guardo mucho en el corazón fue cuando imprimimos todo el periódico a color”; a Luis Antonio se le dibuja una sonrisa en el rostro al recordar esos ayeres. Ocurrió en enero del 2011, por esas fechas el equipo editorial integrado por sacerdotes, estudiantes y colaboradores del periódico vivió una reunión definitoria que el equipo nombró “La sexta declaración de la Sierra de Tapalpa”, en la cual se reafirmaron varios compromisos: el asumirse colaboradores y no trabajadores, el de reconocer la fortaleza y la tensión que implica el reunir en 20 páginas información religiosa y social, la redacción y aprobación de un manual de estilo que mejoró sustancialmente la calidad de los textos, y sobre todo: el de asumir el compromiso de narrar las huellas que el trabajo pastoral, y la vida social dejan por los caminos del sur.

Por esas fechas el periódico subió a la cima de sus alcances: se imprimían y distribuían 11 mil ejemplares cada mes, que se leían en los 21 municipios que integran la Diócesis, pero también en capitales mexicanas como Guadalajara, León, Puebla, Colima, a donde los llevaban familias y estudiantes.

El sueño de tener un periódico que viviera sin publicidad, que priorizaba los reportajes de fondo, donde sus lectores se veían reflejados en un espejo fiel y cercano, se materializaba.

No es que a partir de ese momento comenzara un declive, porque la vida plena duró muchos años, pero el sur no es una isla ajena a las maromas del mundo. Las nuevas prácticas en el consumo de información de los lectores, la incapacidad para interpelar a los jóvenes dentro y fuera de los curatos y templos, así como el envejecimiento de buena parte de los lectores y distribuidores dibujó un lento descenso en el número de periódicos impresos y distribuidos.

Una bocanada de aire fresco se respiró en noviembre de 2016, cuando se renovó el equipo de diseño, en el que de nuevo se distribuyeron más números por edición, hasta marzo del 2019, cuando la pandemia visibilizó la realidad en que las personas ya no leen periódicos impresos como prioridad informativa; incluso los ocho pesos que contribuyen a costear los gastos corrientes y de impresión de El Puente puede ser un precio alto cuando en otras plataformas las historias llegan gratis.

Oficialmente El Puente respira, aunque desde marzo del 2020 a la fecha han pasado tres años y solo se han distribuido diez ediciones, pero en su sitio de internet y en la página de Facebook mantiene actualizaciones y vigentes los sueños de ser un puente entre la vida social y la fe en el sur de Jalisco.

 

El rostro humano de El Puente

Durante un cuarto de siglo empresas y políticos tocaron a la puerta; como si esa fuera la norma, pedían sin recato incluir información relevante para ellos. Los más honestos pedían cotizaciones para una o dos páginas completas. Todos recibían exactamente la misma respuesta: no hay venta de publicidad, la línea editorial es clara y el contenido lo decide el Consejo Editorial.

Dos condiciones permiten esta posibilidad. Por un lado, el grupo de colaboradores y reporteros realizan su trabajo de manera voluntaria, solo se da alguna compensación muy lejos de considerarse sueldo a quienes realizan las funciones de administradora, editor, diagramador y en algunos casos reporteros.

La distribución del periódico ocurre por las vías diocesanas, la administradora organiza los paquetes que van a cada parroquia del sur de Jalisco, aprovecha reuniones de sacerdotes y de equipos pastorales en sus vicarías para enviar con ellos los ejemplares, luego en cada parroquia se organizan para repartirlo: a veces un laico los distribuye casa a casa, otras se dejan en el mismo templo. No hay retribución económica personal por hacerlo y el sistema de pagos incluye un crédito: cuando se recibe la edición más reciente, se paga la anterior. En cada una de las seis vicarías hay un sacerdote encargado de recoger y hacer llegar el dinero a la oficina de El Puente.

La actitud de trabajar sin retribución es difícil de comprender, a menos que se le ponga rostro y voz propia. Uno de los perfiles más representativos entre los distribuidores fue don Ramón Castillo Sánchez, a quien todos en Zapotiltic le apodaron “el Humilde”. De oficio fontanero, dedicaba buena parte de su tiempo a servir como agente de pastoral y desde 1999 hasta su muerte fue un fiel distribuidor.

Para ir y venir por Zapotiltic reparando e instalando tuberías tenía una motocicleta que envejeció junto con él, pero la moto y “el Humilde” nunca se cansaron de ir por los 15 barrios del pueblo repartiendo el impreso. En 2005 estuve en su casa; de la entrevista que le hice tomé notas en un cuaderno que almacené junto con los demás de esa época, ahí me compartió que repartir El Puente era un servicio que le daba alegría, pues podía auxiliar a los agentes de pastoral a llevarles un periódico que tenía como virtudes hacerles llegar textos religiosos que ayudaban en su labor y noticias que no se publicaban en la televisión.

La motivación para entregar el periódico está muy ligada a su fe. En la entrevista hizo un recuento de los “dones” recibidos: el amor de su esposa, la amistad de tantas personas en diferentes pueblos, la facilidad con la que aprendió el oficio de la fontanería y que gracias a él pudiera vivir dignamente, incluso recuperar la vista. Aún le faltaba casi una década de vida, pero ya tenía claro su futuro: “Cuando me muera quiero que la gente me recuerde como alguien que sirvió a Dios, que es lo mismo que servirle a la gente” (Rangel, 2005).

El Puente es sinónimo de servicio para amas de casa, sacerdotes, agentes de pastoral, catequistas y maestras, quienes durante años han sido el rostro humano al ponerlo en la mesa de miles de familias. El Consejo Editorial los convocó a un par de asambleas, donde recibieron agradecimientos y mensajes de aliento; a lo largo de 25 años también se elaboraron mandiles, playeras y morrales.

Han sido los distribuidores los que más han extrañado las impresiones en los últimos años de escasa actividad. Lo cierto es que de a poco han envejecido y no se asoman renuevos generacionales, ni en los lectores ni en los distribuidores ni en agentes de pastoral. Pero no se puede negar que estos actos de solidaridad, de que las personas hicieron suyo el proyecto, fueron indispensables para mantenerse un cuarto de siglo enunciando verdades sin compromisos comerciales ni más línea editorial que tejiendo vínculos entre la fe y la vida.

 

Escuela de periodistas

El Puente fue fundado hace un cuarto de siglo y tuvo como principales estandartes la elaboración de reportajes de fondo con temáticas locales, la narración de los hechos más significativos de la vida diocesana y entrevistas a personajes locales que enriquecieron la vida comunitaria de poblaciones en donde nunca antes un reportero había puesto un pie. En realidad, no abundaban los periodistas en la región, hacían falta muchos años para que la Universidad de Guadalajara (UdeG) abriera la licenciatura en periodismo en Ciudad Guzmán. La tarea de El Puente fue posible con un trabajo paralelo: además de producir y distribuir un periódico, se preocupó por formar periodistas.

Durante 2004 el Consejo Editorial se encontró con un análisis recurrente: los reportajes locales aportaban el material más valioso y atractivo. La limitante es que no abundaban las personas con formación periodística que pudieran escribir esos artículos, pues los estudiantes del ITESO, aunque viajaban al sur con frecuencia, no estaban en el lugar de los hechos.

Entonces se pensó en una estrategia de formación de periodistas locales, primero con siete talleres desarrollados en una sola jornada, en la que se compartían con interesados en aprender los principios más básicos del periodismo: criterios de noticiabilidad, los géneros de noticia, entrevista y crónica, un poco sobre el uso social del periodismo fueron el contenido con el que se impartieron talleres en Ciudad Guzmán, San Gabriel, San Andrés, Zacoalco, Sayula, Tapalpa y Amacueca, en los que participaron más de 60 personas, y aunque sirvió para reconocer posibles interesados, pocas plumas terminaron por encontrar un lugar en el periódico.

En 2007 se decidió profundizar la experiencia, y con el aval académico del ITESO se ofreció el Primer Diplomado de Periodismo, en el que participaron 20 personas, con clases los viernes y sábados durante dos meses; cada semana un profesor impartía un taller. Por ahí desfilaron reporteros consagrados como Sergio René de Dios y Juan Carlos Núñez, académicos como Jorge Rocha, Juan Larrosa y Martha Sandoval, y los propios colaboradores del periódico. La experiencia se repitió dos años más tarde, con 15 estudiantes.

De los diplomados sí egresaron plumas que se mantuvieron muchos años en El Puente: María de Jesús Parra, ama de casa de Sayula que ha escrito desde entonces la sección “Raíces del Sur” y que colabora en periódicos locales de su municipio. Carmen Aggi, directora del portal Letra Fría en Autlán, es egresada de la primera generación, también Alonso Sánchez y, sobre todo Ruth y Mónica Barragán, egresadas del primer diplomado y que han escrito “Remedios de mi Pueblo”, la sección más popular en la última década.

Ruth expresó en entrevista que se enteraron del diplomado al asistir a misa al templo del Santuario, de donde son vecinas. Quince años después así reflexiona sobre su paso por El Puente:

La satisfacción siempre ha sido de poder ayudar, de conocer distintas personas y de lograr un mayor aprendizaje y mejorar el estilo de redacción. Escribir en un periódico es algo que no esperábamos realizar, pero a partir de que nos invitaron a participar en el desarrollo de los artículos fuimos tomando el hilo de cómo contar historias.

Pero, más allá de los cursos, El Puente se erigió en una escuela al abrir las puertas a estudiantes con vocación de contadores de historias para participar en sus juntas de consejo editorial, planear reportajes, ser acompañados a escribirlos y publicarlos.

Como estudiante de Ciencias de la Comunicación del ITESO, Alejandra Guillén tuvo un largo periodo de colaboración. A finales de 2019 Alejandra recibió el Premio Jalisco de Periodismo en la categoría de reportaje, junto con Diego Petersen. Durante la premiación Alejandra recordó su paso por el sur:

El aprendizaje comenzaba desde el paisaje de Guadalajara a Ciudad Guzmán, las juntas editoriales cada mes (esto es porque parten de la realidad, porque conocen bien el territorio, porque escuchan a la gente, porque saben y conocen los dolores y las alegrías de la gente y de los pueblos), la posibilidad de charlar con mujeres que luchan y se organizan, con campesinos, que son la gente más valiosa de este país, las mujeres dignas, de abajo, con un corazón que late para buscar una sociedad justa y rebelde (Rangel, 2019).

La formación lograda en las reuniones del Consejo Editorial no solo fueron valoradas por Alejandra, también por Cristian Rodríguez Pinto, ganador del Premio Jalisco de periodismo en las ediciones 2016, 2017, 2019 y 2021. El primero de sus premios lo ganó en la categoría de estudiante, con un trabajo que se publicó en la edición 158 de julio de 2016, “El frágil desarrollo de Zapotlán. La mancha urbana creció sobre fallas geológicas y arroyos”.

Cristian recordó de esta manera el proceso de elaboración de ese reportaje ganador:

El fertilizante de esa idea fue el Consejo Editorial con orientaciones sobre la manera en que se debía abordar el tema de la tierra, me fui de esa reunión con la encomienda de escribir un reportaje; yo ya tenía amistades que me explicaron que en los fraccionamientos Primavera Uno y Dos se habían construido casas sobre una falla geológica y comencé a perseguirle la cola al ratón y encontré documentos como un atlas de riesgos en Zapotlán que documentó cómo se omitió registrar esa falla en 2013 previo a la autorización de la construcción.

Fue insistente en el acompañamiento que encontró:

El Consejo Editorial ofreció orientaciones sobre entrevistas, se redactó, tuve el acompañamiento en la edición de ese texto y finalmente se publicó en la portada y afortunadamente tuvo resonancia al ganar el premio de periodismo 2016 y a mí me sirvió para darme cierta visibilidad en los círculos académicos.

Hacer periodismo para tener esperanza en lo que es posible, para contarle a la gente del sur de Jalisco las historias del sur de Jalisco, para crear vínculos entre la fe y la vida. A escribir se puede aprender, pero a confiar en la naturaleza liberadora de las letras y la organización social es más complicado, con ese ánimo es que El Puente es un periódico, pero también una escuela de periodistas.

 

Las historias del sur

Sin presiones comerciales El Puente favorece la calidad editorial, lo que Javier Darío Restrepo enuncia sobre la verdad como un bien público. A ese horizonte se camina por el rumbo de los textos de entre 800 a 2,500 palabras, lo que permite profundizar en la narración y el análisis de los temas; también por evitar la inmediatez, al ser una publicación mensual, desde la reunión editorial hasta la entrega de los textos al editor, pasan en promedio tres semanas.

Son los lectores los que pagan la publicación, de esta manera hay un pacto ético de no entregarles publicidad disfrazada de reportajes; la agenda de temas a tratar ha estado marcada por los dos mismos intereses publicados en el primer número: abonar al proceso pastoral de la diócesis y animar el compromiso con la parroquia misión en Pantelhó, pero también el de aportar información valiosa de la vida social que favorezca y genere la toma de decisiones en la vida pública.

El periodista colombiano Javier Darío Restrepo reconoce que la verdad periodística, sobre todo la que aspira a ser un referente ético, está construida con múltiples historias, datos, fuentes, visiones y perspectivas: “La historia reflejada en las páginas de los periódicos se ha ido construyendo con un proceso similar al de un tapiz de una apariencia soberbia y deslumbrante: visto de cerca se descubre que está hecho de miles de hilos, cada uno delgado y modesto, pero irremplazable en su conjunto” (Restrepo, 2004).

Para Luis Antonio Villalvazo, director de El Puente, el binomio vida y fe son dos hilos que forman el mismo tapiz. El reconocer el contexto de la comunidad, las problemáticas que los agobian, las motivaciones que les ayudan a salir cada mañana de la cama a vivir la vida no están lejos de las prácticas religiosas y los trabajos de pastoral de la diócesis. Si ambas se consideran, pueden lograr transformaciones de fondo hacia la plenitud humana: “Cuando unes la vida y la fe, hay esperanza en el futuro y responsabilidad histórica”.

Los artículos de El Puente que documentan la esperanza son aquellos que recuperan prácticas solidarias que van desde la organización social para enfrentar retos, el reconocimiento de personas que desde sus barrios o ranchos aportan servicios valiosos o costumbres añejas que tienen un sentido social o de fe: danzas, comida, fiestas, música. Son los aires del sur que no tienen espacio en las páginas de los periódicos estatales o nacionales, pero sí en las de El Puente.

Uno de los hilos más importantes es el de considerar al periodismo como un garante de la verdad como un bien público. En muchas ocasiones, el bien público tuvo rostro de denuncia.

Así lo explicó Alejandra Guillén:

En El Puente comencé a aprender de problemas de contaminación de agua, de esclavitud en campos agrícolas, de autonomía, de deforestación, pero también de defensa y amor a los bosques, de maíces transgénicos y maíces nativos, de campesinos dignos que siguen sembrando y cuidando la tierra, de la ruta de Juan Rulfo, de las comunidades eclesiales de base y de todo lo que se puede lograr con organización (Rangel, 2019).

Cristian Rodríguez Pinto reconoce que una de las grandes aportaciones de El Puente es que con muchos años de anticipación llevó a la agenda noticiosa problemáticas que hoy son oscuras protagonistas de las tragedias nacionales: “El Puente ha tenido la libertad de hablar de los temas necesarios desde hace muchos años, yo consulté en su hemeroteca y hace 15 o 16 años ya se hablaba de los problemas generados por el cambio en los usos de suelo, de las afectaciones de los aguacates”.

Luis Antonio pondera denuncias que tuvieron fuertes repercusiones, más allá de la difusión o el número de periódicos vendidos, porque las denuncias planteadas fueron discutidas públicamente y, en algunos casos se generaron propuestas: “En la edición 175 hablamos del espejismo del guacamole jalisciense, advirtiendo de las afectaciones ecológicas y a los derechos de los trabajadores. En la edición 184 se hizo un repaso de las injusticias laborales que enfrentan las mujeres que hacen trabajo doméstico”. Cinco años antes de la inauguración del Mundial de futbol en Qatar se publicó un extenso texto sobre la corrupción en el mundo del balompié.

Entre las secciones más populares de El Puente se encuentra “Reflejo Internacional”. Una de las tensiones que alimentan al periódico que se enorgullece de ser local es tener muy presente la vida más allá de las fronteras. Carlos Cordero, profesor de la licenciatura en Relaciones Internacionales del ITESO es quien más artículos ha escrito en la sección, participa de manera frecuente en las reuniones del Consejo Editorial y ha promovido que sus estudiantes escriban en el periódico:

El desafío era despertar el interés por la agenda internacional a partir de presentar la vinculación de la región del sur de Jalisco con el mundo. Para ello nos apoyamos en recuperar y destacar la posición geopolítica de la región vinculada al segundo puerto marítimo del Pacífico más grande del país. Esta región fue el último eslabón en la construcción de la ruta que unió al mundo en el periodo virreinal. Pero también, ubicando al sur de Jalisco como un punto de interés peculiar para la relación comercial con Estados Unidos, pero también en temas políticos y sociales alrededor de la migración. La tarea no fue sencilla, las audiencias de El Puente son muy diversas y en ocasiones muy localistas. Me atrevo a decir que conseguimos despertar el asombro y la inquietud en la audiencia por conocer esa relación entre lo local y lo global, no solo como una vía de influencia, sino también como una herramienta para ampliar la visión del mundo.

La información como bien público también puede tener rostro de recetas de cocina, promoción de herbolaria tradicional o recomendaciones para el tratamiento de padecimientos comunes. La sección más leída de El Puente se llama “Remedios de mi Pueblo” y la escriben desde hace más de una década las hermanas Ruth y Mónica Barragán: “Para mí el tener a cargo una de las secciones más leídas me ha permitido crecer y tomar conciencia de la responsabilidad que ejerces en los que te leen, el compromiso que debe existir para quienes toman como cierto algo que tú estás diciendo”, dijo Mónica en entrevista.

Tomarse tiempo para investigar y escribir, reconocer la diversidad de enfoques, considerar las preocupaciones de la gente, son los hilos que tejen las historias, muchas están hechas para animar, otras para incomodar.

 

Hasta el último aliento

En 2010, tener un sitio de internet para el periódico fue una idea que sonaba a locura: ¿para qué le serviría a un periódico que leían 11 mil familias cada mes en el sur de Jalisco si muchos de los lectores viven en comunidades sin acceso a internet? Aun con esa narrativa estrafalaria el Consejo Editorial aprobó que se contratara el diseño y se pusiera en línea el sitio www.elpuente.org.mx

La principal función del sitio de internet durante esos primeros años fue reproducir las publicaciones del impreso y añadir algunas categorías extra, la más activa fue la llamada “Página Diocesana”, que funcionó como una especie de tablero de avisos sobre actividades pastorales que con un criterio de temporalidad no alcanzaban a salir en el periódico.

Las altas cifras de lecturas parecían abrir una nueva veta, pues apenas un año después el número neto de visitas en el sitio superó las del impreso. Pero esas cifras resultaban ser un reflejo más bien quimérico.

Largos años pasaron sin que el sitio de internet tuviera una estrategia específica; reproducir en línea la narrativa del impreso generó que los lectores digitales no encontraran novedades. Y comenzó un lento pero constante proceso de reducción de impresiones y de visitas al sitio.

En las reuniones de Consejo Editorial se alertaban como principales causas el envejecimiento de los cuadros de agentes de pastoral, y se recurrió a interpelar a los jóvenes mediante secciones de tecnología. Y cuando parecía que se había encontrado una estabilidad, lejana a la época de las 11 mil impresiones, pero aún con fuerza para cumplir con el cometido de promover la vida pastoral y hacer periodismo de fondo, llegó la pandemia.

En febrero del 2019 se publicó la edición 189, y básicamente hasta un año después el número 190. No fue un año perdido, pues se hicieron múltiples experimentos. Se habilitó la página de Facebook que trabajó junto con el sitio oficial y ahí sí se experimentó con recursos distintos: galerías fotográficas, infográficos interactivos y, especialmente, muchos videos, teniendo más éxito sobre todo los de naturaleza religiosa; Luis Antonio Villalvazo, por ejemplo, publicó videos con su homilía cada semana, algunas de esas piezas audiovisuales llegaron a las 9 mil reproducciones.

A decir verdad, la vida después de la pandemia puso el camino de El Puente cuesta arriba: los largos meses de inactividad aceleraron varios procesos, desde la preferencia de los lectores por consumos digitales vertiginosos y compactos, alejados de los medios impresos, pero también la decisión de integrantes del equipo de voluntarios que tuvieron la necesidad de enfocar sus esfuerzos en otras actividades profesionales. Lo mismo se puede decir de los integrantes religiosos del Consejo Editorial, pues su participación se enfocó en otros campos, más cuando a partir de julio de 2020 se dio por concluida formalmente la misión de la Diócesis de Ciudad Guzmán en Pantheló.

El Puente hoy se parece mucho al primer número, solo que ahora es en la página de Facebook donde está más activo: ahí se publica semanalmente la “Semilla de la Palabra”, una sencilla hoja que contiene las lecturas bíblicas con las que se celebra la misa del fin de semana, también alguna orientación que permite el discernimiento, además de una caricatura que sirve para explicar las referencias de la palabra sagrada.

En septiembre de 2022 la Diócesis de Ciudad Guzmán cumplió medio siglo de vida, y se elaboró una edición especial, que se agotó en poco tiempo y recibió numerosas felicitaciones. También se aprovechó para imprimir 250 encuestas que buscaban, sobre todo, ubicar a personas que participen en la elaboración y distribución del periódico; solo la contestaron 60 y la mayoría de las propuestas de temáticas a tratar giraron en torno a “la vida y obra de los santos” o “los milagros de la virgen”. La agenda social es candidata para salir de las publicaciones.

El Puente no es un periódico impreso, es un proyecto de comunicación que busca animar la vida pastoral de la Diócesis de Ciudad Guzmán, que debe tejerse con los hilos del trabajo de las pastorales, para lograr transformaciones de fondo. Definir cómo seguiremos con esta tarea, es lo que corresponde hacer”, dijo Luis Antonio Villalvazo.

En enero de 2023 se cumplen 25 años de que vio la luz el primer número de El Puente, dos décadas y media de hacer periodismo con un sentido de servicio y solidaridad, de comunicar para animar la vida pastoral y la vida social, de denunciar y reconocer el trabajo de la gente humilde, de contar historias de barrios y ranchos que, a menos que una desgracia mayúscula ocurriera en sus territorios, difícilmente tendrían presencia en los periódicos estatales o nacionales.

25 años sin más fuente de ingresos que la misma compra de los ejemplares impresos, sin publicidad y sin donativos, sin hacer pasar un boletín de gobierno como noticia, sin que los criterios de rentabilidad decidieran la portada o el protagonista de una entrevista. Si bien la última etapa ha sido de vacas flacas, como aquel pasaje del Viejo Testamento, no por eso se abandona la convicción de hacer periodismo del tipo que valora la verdad como un bien público, que ayuda a generar un mundo más humano y justo, con responsabilidad histórica y esperanza en el futuro.

 

Referencias

El Puente. (1998, 32 de enero). “Nuestra respuesta a un compromiso y un llamado”. El Puente, p. 1.

Molgado, O. (2010, 15 de marzo). “Jorge Rocha, sureño por adopción”. El Puente, p. 6.

Rangel, C. (2005, 15 de febrero). “Humildemente les voy a contar un cuento”. El Puente, p. 20.

Rangel, C. (2019, 15 de noviembre). “El mapa de la muerte”. El Puente, p. 20.

Restrepo, J. (2004). El zumbido y el moscardón. México: Fondo de Cultura Económica.

Ruiz, S., & Vera, R. (27 de junio de 1996) [Carta personal de Samuel Ruiz y Raúl Vera al obispo Serafín Vázquez Elizalde].

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