El disco gira y la aguja se quedó en el surco final, David “Negro” Guerrero

Por Gilberto Domínguez Márquez

 

In Memoriam

 

Empiezo este texto cuando la entrega me obliga a no posponer más esta revisión sobre la vida de un amigo. Uno que se fue dejando la tornamesa encendida, las tazas listas en el escritorio para el próximo café, el micrófono transmitiendo sólo el silencio. Me refiero al comunicador, especialista en radio y periodismo cultural. Entrevistador, coleccionista de diálogos trasnochados que en Radio Universidad de Guadalajara dejó honda huella con su trabajo cotidiano.

Nacido en la capital del país el 19 de agosto de 1966, David habitó en su infancia bajo el cielo azul de la colonia Nápoles. Dueño de una biografía hecha de saltos, mitos y leyendas creadas por él mismo; se hace imposible confirmar las anécdotas que de él se cuentan. Además, no es este el sitio para esas historias, cuya pertinencia es más literaria que periodística. Creo entonces que aquí intentaré hablar de lo que más le apasionaba: la radio.

Sus delitos hertzianos comenzaron cuando tenía 14 años, ya entonces vivía solo. Muchos realizadores del Instituto Mexicano de la Radio (IMER) escucharon en él una voz con capacidades expresivas, tímbricas y ortofónicas que merecían invertir tiempo en su formación. A ello contribuyeron quienes le hicieron textos a la medida, quienes le confiaron realizar una crónica en vivo de una vuelta ciclista o de un acto presidencial en Palacio Nacional. Pronto supo orientarse con natural intuición por la lectura, que siempre abarcó todo tipo de géneros. Esta es la semilla de lo que llegaría a dominar con maestría: la lectura en voz alta.

Alguien me ha hecho ver lo que implica formar a un intérprete destacado como David: empecemos por el dato de un diario local que publica una investigación del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) 2009, aquí se detalla el deshonroso lugar 107 de una lista de 108 países en cuanto hábitos de lectura. Francamente no quiero imaginarme y mucho menos investigar a qué nación hemos derrotado en esta vergonzosa lista. Leemos un promedio de 2.8 libros por habitante al año. David, además de leer varios diarios al día, todos los días, era capaz de cumplir una cuota mínima de cien textos al año. Este dato debe significar algo.

Aceptemos que no todo lo compraba, que muchos textos eran novedades que caían a sus manos porque los autores lo buscaban para entregarle sus textos en búsqueda de un comentario suyo, quizá de una reseña, entrevista en vivo, o como un afecto reiterado. También leía prestado y ajeno. En algunas librerías le gustaba distraer a los dependientes poniendo un gesto petulante y pidiéndoles que buscaran un texto con título rebuscado de un tal David G. Lemus. Leer le dio una enorme capacidad para la oralidad. Su voz le abrió paso y con ella realizó entrevistas cruciales con grandes personajes del siglo XX y otros rumbos. Memorables: la que le hizo en medio de lagrimones a José Saramago. La que realizara con Guillermo Velázquez de los Leones de la Sierra Xichu, un documento de antropología musical que le gustaba escuchar de tanto en tanto. La que le hizo a un travesti en la madrugada lamentando no traer grabadora, pero que se aseguró de beber gota a gota para no olvidar la mirada de su interlocutora.

La radio, y particularmente su ejercicio de conducción, avalado por una licencia clase B expedida por la SEP, le transportaban a una zona donde podía organizar un discurso contando con baterías inagotables de ideas. Durante una emisión del “Tendedero”, su programa de radiocuentos en los noventa, nuestro amigo, “El Gallo Fino”, operador en turno, tuvo cierta emergencia estomacal. Detrás de la ventana sólo alcanzó a avisarle que volvería. Así pasó más de media hora hablando sin atinar en qué terminaría el comentariointerminablequehabiaperdidoelrumbo. Al fin, le confesó a su auditorio, que aguantara el silencio, que él mismo iría hasta el otro lado para darle play a la cinta de carrete de ¼. Su saludo matutino en la “Cuenta de los Guías: contemplaciones contra el tedio”, llegó a cronometrar 28 minutos.

David inventó al “Negro” y con él a un personaje vivaz, siempre dispuesto a destapar una conversación, a dejarse maravillar, a reír a carcajada batiente, a escandalizar pudores ajenos. Nació bien bajo la lira de Orfeo. Muchas personas lo recordarán porque lo escucharon, o fueron entrevistadas por él, o supieron de una aventura suya, o le acompañaron como Virgilios por el descendiente universo de su divina comedia.

El telón ha caído pero no es el fin de esta obra. Se trata únicamente de un actor que hace mutis para darle paso a la siguiente escena. Para completar con un trazo suyo te dejo aquí un texto que escribió por encargo de Ruth Darnell y María Luisa Meléndrez. Ahora no lo tengo a un lado para escuchar su comentario sobre mi texto.

Op. Música sube hasta el cielo. Identifica y queda de fondo…

 

Mis “Me acuerdo” del Teatro Diana

En homenaje a “Je me souviens”, de Georges Perec

  1. Me acuerdo de cómo los niños corríamos, durante el intermedio, hasta la parte delantera del entonces gran cine Diana para resbalarnos por la especie de rampa puesta debajo de la enorme pantalla.
  2. Me acuerdo de haber visto Tiburón, de Steven Spielberg, trece veces en el cine Diana.
  3. Me acuerdo de cómo intenté recordar al cine cuando ya habían iniciado las obras de remodelación para convertirlo en el hoy Teatro Diana.
  4. Me acuerdo de Adriana Quinto, “Carmen”, y la morbosidad y envidia que se respiraba en la sala.
  5. Me acuerdo de la señorita que no me dejó brincar durante un concierto de Jaguares, ¡y eso que yo estaba hasta la última hilera de gayola!
  6. Me acuerdo del coctel después del estreno de Frankenstein y mi exceso de whiskyes que me llevaron a intentar arrancarle un beso a una edecán.
  7. Me acuerdo de la cara emocionada de muchos incipientes y desconocidos actores y actrices que no salían de su asombro por haber sido invitados a la inauguración de una de las equis Muestras de Cine Mexicano, y hasta se sentían hasta estrellitas.
  8. Me acuerdo de la comodidad de los baños para poder cagar.
  9. Me acuerdo de la cara feliz de Angelina viendo la fantasía interminable de Slava’s.
  10. Me acuerdo siempre del cine Diana cuando estoy en el Teatro Diana.

 

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Total… es absurdo ¿No?