La última palabra

Por Francisco Javier Núñez de la Peña

 

 

Un libro, cuyo título es The last word, contiene notas necrológicas y despedidas publicadas en The New York Times; el subtítulo anuncia una celebración de vidas excepcionales. Acerca de un hombre excepcional, Juan Pablo Rosell Hernández, he leído varias celebraciones en dos diarios de Guadalajara: por ejemplo, en Público o en su suplemento “Ocio”, “Deja este puerto Rafael del Barco” (30 de diciembre de 2010), “El valor de las palabras” (2 de enero de 2011), “El Caldero en las nubes” (7 de enero de 2011) y “‘Los títulos, cuida bien los títulos’” (16 de enero de 2011), y en El Informador, “Un hombre recto” (3 de enero de 2011).

Juan Pablo sabía comunicar. Por ejemplo, durante muchos años, con un seudónimo, escribió semanalmente “El Caldero” y “Del Fogón a la Mesa”. Y con su nombre verdadero firmó «Palabras de Placer», columna en el suplemento “Nostromo”, del periódico tapatío Siglo 21.

Kaliope Demerutis, editora de “Ocio”, dijo: “Era directo, contundente, educadísimo, de muy buenos modales. Extrañaremos la riqueza de su vocabulario, su agudo sentido del humor, la extensa información culinaria que compartía, su franqueza, su amabilidad». Luis Petersen afirmó: «Cada cosa debía tener su nombre preciso y él siempre halló la manera de averiguarlo”, por ejemplo, en un diccionario de María Moliner.

En un curriculum vitae, hecho cuando él tenía 28 años de edad, mencionó: “En septiembre de 1965 gané la beca del World Press Institute y pasé un año en Estados Unidos estudiando en Macalester College, en St. Paul, Minnesota, y trabajando por tres meses como reportero regular del Seattle Post­Intelligencer”. Este periódico, esa institución educativa y ese instituto aún existen.

Entre 1963 y 1967, Juan Pablo fue reportero del diario La Prensa de la ciudad de México; durante este tiempo pasó cuatro meses en Europa (Alemania, España, Francia, Italia, Suiza), enviado por este periódico. En 1967-1968, fue director de la asociación civil Cultura Bibliográfica Mexicana y del Sistema de Información Clasificada para América Latina, precursor en este género de servicios. En octubre de 1968 llegó a Guadalajara como corresponsal de la recién formada Agencia Mexicana de Noticias. Posteriormente se hizo cargo de El Diario de Guadalajara. Años más tarde, Juan Pablo fue uno de los autores del Libro de estilo de Siglo 21, publicado en 1995.

Juan Pablo sabía enseñar. Fue profesor en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO) y en el Instituto Pío XII. Entre los cursos que impartió están: Organización de la Empresa Periodística, Géneros Periodísticos y Fuentes de Información. Antes había ejercido la docencia en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, en la ciudad de México.

Después de la muerte de Juan Pablo, el defensor del lector de Público recordó: “Además de escribir deliciosos textos de gastronomía, Juan Pablo Rosell fue un generoso maestro de periodismo del que mucho aprendimos”. Antes de esa muerte, Juan Carlos Núñez Bustillos había reconocido: “Sus lectores […] aprendíamos cada domingo no solamente cuestiones de gastronomía, sino también de historia, de literatura, de geografía, de filología, de botánica, de nutrición y de muchas otras cosas. Por eso El Caldero, aderezado siempre con el buen humor del culto glotón que lo escribía, era muy distinto a las secciones culinarias de otros medios”.

Cuatro años antes, en 2006, un texto de “Rafael del Barco” llevó el título de “Una cena redonda”. Su entrada fue: “Cuando se reúnen buena comida, cuidado de los detalles y excelente compañía, el mero alimentarse, que no es más que imperativo biológico, se transforma en un acto refinadamente civilizado, que trasciende a lo amistoso y amoroso”. En la cena motivo de este comentario estuvo presente uno de sus ex alumnos.

Juan Pablo sabía conversar, es decir, otra forma de enseñar. Una de muchas veces lo hizo público, en el ITESO;; en 1987 participó en la mesa redonda “Sobre la lectura y otros placeres”. En opinión de Diego Petersen, esa facultad “le abrió puertas y corazones”.

Juan Pablo sabía memorizar lo importante. “Hace muchos años en un lugar muy lejano, vivía una de mis hermanas con su familia y por alguna razón la visitamos (creo que aprovechamos el viaje que hicimos a la boda de un amigo en Chihuahua); hace tanto tiempo que ya se me olvidó casi todo menos unos bisteces guisados en una salsa de chile guajillo, y lo simpático de mi sobrina de quizá seis años”. Esto lo difundió semanas antes de cumplir 70 años.

Juan Pablo tuvo una vida redonda. El 20 de noviembre de 1940 empezó a habitar en la ciudad de Lerdo. Y poco más de 70 años después, el 29 de diciembre de 2010, murió en Guadalajara.

 

¡Ay, Juan Pablo!

Le gustaba la comida casera, “pero buena”, no la pitera. Su sentido del humor me agradaba.

Murió a las 3 de la mañana, “en santa paz, como era él”. Cristina Romo, o sea “Mercedes”, escribió esto a las 5:05 horas. ¡Ay, Juan Pablo!

Cuando él tenía 27 años viviendo en Guadalajara, “Mona Lisa” terminó una semblanza de la manera siguiente: “Amante de la buena mesa, es capaz no sólo de distinguir unos buenos chiles en nogada, sino también de prepararlos para sus amigos a los que suele agasajar con cenas que se alargan hasta el amanecer, por supuesto discutiendo sobre Siglo 21” (8 de noviembre de 1995).

La noche del 24 de diciembre de 2010 coincidimos en la Casa Loyola. Fue la última vez. Estaba sentado; yo, parado, detrás de él. Al saludarle me dijo: “¿Quién eres? Estoy sordo”. El día 21 de noviembre habíamos platicado en su casa. Acababa de cumplir 70 años. Y el día 6 anterior nos vimos en una fiesta.

Fue un gran conversador, un gran lector, un gran cocinero (él decía “glotón”), un gran amigo.

Una mañana de 1995, cuando él convalecía, le regalé un libro: Damas de corazón. Por esos días yo había escrito: “El libro tiene otros atractivos, por ejemplo, los entremeses de Machila. Espero que Rafael del Barco los glose pronto. Por ahora, basta el párrafo: ‘Si el solo nombre de algunos platillos es un cromatismo verbal, las mesas que Machila preparaba para recibir a sus comensales eran un verdadero espectáculo’” (Siglo 21, 26 de febrero de 1995).

El domingo 12 de diciembre de 2010, “Rafael del Barco” se despidió de sus lectores de Público. Así comenzó: “Con el ánimo de seguir disfrutando de la comida, pero de compartirla en menor escala, me retiro de los deslumbradores reflectores de las páginas de este diario». Y el viernes 17 continuó en “Ocio”: “Resulta que con la despedida del domingo 12 ya son más de cuatro mis lectores y no son hipotéticos, sino una espléndida realidad. Sin embargo, la decisión está tomada y la despedida podrá ser trepidante, pero paradójicamente también es firme».

El lunes 27, mi amigo ya no pudo disfrutar la cena. Sólo llegó hasta la entrada de un restaurante.

En mayo de 2009, escribí: «¡Ay, Juan Pablo!’ es una de las frases con las que recuerdo a Cristina Romo o Titi, como Juan Pablo le dice con cariño. […] Conversar, comer y beber son actividades que he disfrutado mucho con mis amigos Titi y Juan Pablo”.

“¿Quién se jacta de ser buen lector?” Un hombre mayor que yo, nacido en Lerdo, Durango, contestó. Esto ocurrió en 1983, en un Seminario de Historia Contemporánea de México. Desde entonces fuimos amigos.

Las penas con pan son buenas. ¡Ay, querido «Rafael del Barco»! ¡Ay, querido Juan Pablo!