Víctor Wario Romo, in memoriam

Felipe Cobián Rosales

 

A media mañana del lunes 14 de noviembre, Víctor Wario Romo me llamó por teléfono. Había desayunado temprano en un restaurante de la zona de Chapultepec y quería cerciorarse de que yo estuviera en la oficina de Proceso Jalisco para pasar a saludarme y platicar, como solíamos hacerlo de cuando en cuando. “Me tardaré un poco en llegar porque ya sabes que no puedo caminar rápido”, me dijo.

No muchos minutos después arribó y por su propio pie subió hasta la segunda planta del edificio. Le presenté a Juan Manuel Negrete, nuestro colaborador en la revista, quien se encontraba en ese momento conmigo. Por unos minutos tuve que abandonarlos para ultimar algunos detalles de cambio de domicilio. Hasta me comentó: “Es la última vez que nos vemos… aquí, por supuesto”. “En efecto”, le respondí “pero luego nos veremos en la otra oficina”.

A mi regreso ya había partido Negrete y me encontré a Víctor leyendo, el cual era uno de sus gustos mayores. Charlamos un rato y un dolor intenso lo atacó por algunos minutos. “El problema es que no puedo tomar ninguna pastilla para el dolor. Me tengo que aguantar”, me comentó.

Más tarde llamó a su esposa Rosa para que pasara por él cuando juzgara conveniente (él, aunque se valía de sí mismo para todo y hacía una vida aparentemente normal, ya no manejaba). Diligente, su mujer no tardó en llegar junto con su hija Adriana. Lo acompañé hasta el auto. Nos dimos un apretón de manos y nos despedimos.

Fue la última vez que vi y platiqué con Víctor Wario. No volví a saber de él hasta la mañana temprano del 18 de noviembre cuando Gloria Reza me dijo que acababa de escuchar en la radio que solicitaban sangre para él, pues ya estaba en el quirófano para el trasplante de hígado que esperaba desde hacía casi año y medio cuando en una repentina enfermedad (consecuencia de una antigua hepatitis) arrojó el órgano por completo. Su gravedad entonces fue extrema pero al paso del tiempo se recuperó al grado de no aparentar estar tan deteriorado de salud.

Él sabía, y algunas veces me lo comentó con pasmosa fortaleza interior, que su mal era terminal y que la única solución sería el trasplante y que si Dios quería se iba a dar tarde que temprano. Siempre tuvo mucha fe. Nunca un signo de abatimiento, al contrario.

Pasaron los meses y el deseadísimo órgano no llegaba. Pero su médico le dijo que estuviera disponible, que no se alejara mucho de la ciudad, que en cualquier momento llegaría. Y con esa convicción se mantuvo siempre.

Un mes antes, de quién sabe qué lugar y de qué paciente joven, llegó el hígado. Pero ya estando a punto de la intervención, resultó que el órgano estaba mal. Y las ilusiones se fueron.

Nada arredró a Víctor. Se desquitó escribiendo en buena prosa, como lo hacía periódicamente, la ilusión y desilusión del trasplante que no cuajó. Lo publicó (con su acostumbrada firma de Eugenio Romo), como lo hacía desde más de un año atrás, en “Mi Blog Amarillo”, una sección que abrió en El Informador electrónico, para dar a conocer casos que, como el suyo, tenían que ver con trasplantes, particularmente de riñón e hígado.

La tarde del 17 de noviembre, su trasplantólogo le habló para que estuviera listo, pues de un momento a otro lo llamarían. Fue así que escribió, a punto de ingresar a la plancha, y del abismo sin fin que, confío, se habrá convertido en una cima luminosa, lo siguiente y que el periódico tituló:

Morir esperando
“El jueves 17, poco después de las 18:00 horas recibí la llamada de mi doctor para avisarme que probablemente habría un hígado para trasplantármelo; me pidió alistarme y tener cautela. Poco después hubo una nueva llamada y a las 21:30, como en las funciones de teatro o los conciertos, llegó la “Tercera llamada”. La cita es a las 4 a.m. de este viernes en el San Javier, en lo que presagia ser una madrugada muy fría, aunque voy bien cobijado por mi familia. Mis reflexiones ahí quedan y te las comparto. Entre la grisura otoñal y los aires helados se abre otra vez un horizonte que promete ser luminoso. Ojalá, si Dios quiere y me ayudas con tus oraciones, así sea. Más aún, te propongo que nos unamos pidiendo por todos aquellos que esperan un órgano para seguir adelante, ¿qué te parece? Por aquí nos encontraremos más adelante. ¡Cuídate! E.R”.

Este escrito revela todo. Su fortaleza física y espiritual. Su paz interior. Y hasta las tres virtudes cardinales: su fe, su esperanza y su caridad al abogar por aquellos que siguen esperando un trasplante.

“Nunca lo vi yo más contento que cuando ingresó al quirófano esta última vez”, me confesó Rosa, su esposa el mismo día de su fallecimiento. “Dos eran sus motivos principales: que había llegado el hígado para él y que había ganado el Premio Jalisco al mérito periodístico”.

Víctor no resistió la operación. Cuando ésta apenas había iniciado, le vino un infarto múltiple, falleció con la esperanza y la fe bien puestas la mañana del viernes 18 de noviembre. Que goce de la verdadera paz que siempre buscó.

 

De una sola pieza

Víctor y yo nos conocimos a finales de 1980, cuando ingresó como reportero a Notisistema. En enero de 1981 fui liquidado por la empresa por presiones diversas, razones ideológicas y concepciones periodísticas distintas, discordantes y hasta contrapuestas con quienes se asumían en ese tiempo como quienes delimitaban el cómo y el hasta dónde del periodismo en general y del periodista en particular. A mi expulsión, se sumaron, por solidaridad: Adriana de la Mora, Fela Regalado, Rosa García Durán y el propio Víctor Eugenio Wario, recién llegado todavía a este oficio y lo más admirable, recién casado, sin trabajo al frente y con una hija, Mafalda, por llegar. Después vendrían Fabiola y Adri.

Antes habían salido de la empresa radiofónica por cuestiones, en alguna medida similares, Guadalupe Sánchez, Héctor Huerta, Luis Ignacio Villagarcía, Cuauhtémoc Cisneros y Francisco Cuevas. Fuimos diez en total los despedidos. En razón del número de liquidados y el significado del mismo, fundamos, con muy escasos recursos económicos, el Semanario Diez que sólo pudo circular durante algo más de dos años (1981-1983), pese al apoyo de otros tantos voluntarios colaboradores, los más de ellos, como Víctor, que apenas incursionaban en este oficio: Javier Ramírez, Hermenegildo Olguín, Antonio Navarro, Jesús Madrid, Pedro Arriaga, Wolfgang Vogt, Salvador Sandoval, Antonio Navarro, Jaime García Elías, Jesús Parada, Federico Marín, Mario A. Nájera, Carlos Luna de León, Manuel Gutiérrez, Enrique Bautista, Fernando Torrico y Macrina Paredes; los cartonistas Falcón, Jis e Infeliz; Manuel Rodríguez Lapuente, Adalberto Navarro Sánchez, Federico Campbell y Elías Nandino, entre otros.

Años después, Wario se convirtió en catedrático y funcionario del ITESO, de donde había egresado. Fue fundador de publicaciones como Paréntesis y Reflejos, y posteriormente incursionaría en varios medios: Radio UdeG, Sistema Jalisciense de Radio y Televisión, del que fue director por un corto lapso, pues trató de darle un giro como medio de Estado y no de gobierno y como que eso incomodó a algunos que, tal vez, quisieron hacerlo a su modo y para sus fines propagandísticos. Algunas veces colaboró en Proceso Jalisco, sin cobrar sus artículos que versaban sobre cuestiones políticas y medios de comunicación, estudio que le apasionaba. Su principal base de trabajo la tuvo en El Informador, donde fue editor e implementó cambios que no se habían intentado en muchos años.